La otra cara de la moneda es que el consumo de drogas y de alcohol se dispara; que el fracaso escolar no para; que la violenciaen las aulas va en aumento y que su comportamiento doméstico se está deteriorando; que la precocidad y promiscuidad sexual amenazan su futuro afectivo. Hay cierta contradicción entre la conciencia ecológica de los jóvenes y sus hábitos consumistas, que les lleva, por ejemplo, a no concebir su existencia sin disponer de vídeo, radiocassette, walkman, cámara de fotos, ordenador o móvil (¿existe en España algún joven que no lo tenga?); o entre la alta estima de la solidaridad (al 57,2% de los jóvenes españoles les gustaría colaborar en alguna ONG, según el informe Jóvenes Españoles 99, dirigido por Javier Elzo) y su compromiso real con ese valor (sólo el 9,3% estaba implicado en algún tipo de voluntariado). Tampoco son muy coherentes, a veces, en su alta valoración del cuerpo, que contrasta con algunas prácticas de riesgo y el hábito tan insano como extendido de las salidas nocturnas.

Para referirse a la contradicción entre la escala de valores que han asumido los jóvenes y lo que realmente viven, Javier Elzo habla de hiatus entre los valores finalistas y los valores instrumentales. Así, sostiene Elzo, ‘invierten afectiva y racionalmente en los valores finalistas (pacifismo, tolerancia, ecología, lealtad, etc.) a la par que presentan grandes fallas en los valores instrumentales (esfuerzo, responsabilidad, compromiso, abnegación, etc.), sin los cuales todo lo anterior corre el riesgo de quedarse en un discurso bonito’.

Tal vez haya que dar una vuelta de tuerca en el ámbito educativo, que comienza -conviene no olvidarlo- en la familia, y pasar de la educación en valores a la educación en virtudes, es decir, en hábitos que capaciten para actuar en conformidad con los valores asumidos. Pienso que las deficiencias educativas que detectamos ahora proceden de haber reducido la educación ética a educación cívica. La crisis social de valores y la consturcción de una sociedad plural -es mi interpretación- ha llevado a centrar la educación en la formación de ciudadanos, mediante la transmisión de unos valores compartidos, olvidándonos de capacitar a los jóvenes, mediante hábitos o virtudes, para realizar no sólo los valores de la convivencia, sino su propio proyecto de felicidad personal. Transmitir ideas no basta; es preciso formar hábitos arraigados, virtudes, que capaciten a las jóvenes generaciones para abordar un proyecto personal de felicidad compartida y comprometida con la mejora de la polis. Francisco Santamaría .

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