La familia es la célula vital de la sociedad. Así lo afirma el sentido común, en una definición que es compartida por la inmensa mayoría de culturas y las principales religiones del hombre. Igualmente las naciones civilizadas otorgan a la familia la protección que le corresponde, atendiendo a los beneficios que aporta a la sociedad y que permiten la supervivencia de la especie humana.
Ni la familia ni el matrimonio son un “invento” cristiano ni de ninguna religión. Y mucho menos un invento del Estado. La familia es soberana. La familia es anterior al Estado. Mucho antes de la aparición del cristianismo y del Estado, los grandes pueblos de la historia como el pueblo judío o el pueblo romano reconocieron la institución del matrimonio que a través de los siglos ha constituido el núcleo original y primigenio de toda sociedad civilizada.
La historia nos enseña que la dignidad del hombre y de la mujer tiene su mejor desarrollo cuando libremente deciden unirse en un plano de igualdad. Amar no puede ser reducido a “te amaré sólo mientras me convenga”, “te querré sólo mientras seas joven o hermosa” o “mientras ganes mucho dinero”. Los que pretenden poner límites al amor verdadero traicionan la dignidad de las personas. El amor se demuestra en los largos caminos, y en los momentos agridulces que siempre nos deparará la vida. El amor implica una radicalidad, un todo por el todo, que es lo que le otorga la estabilidad necesaria para construir un hogar capaz de abrirse a nuevas vidas que merecen protección y necesitan mucho amor.
La familia es la célula vital de la sociedad. Todos hemos nacido de un padre y de una madre y eso forma parte de nuestra dignidad personal. Todos hemos aprendido muchas cosas de nuestros padres ya sea de forma consciente o por una especie de impregnación. Si bien es cierto que hay fases de la vida en que puede constatarse un cierto distanciamiento generacional, la paternidad, la maternidad o la madurez personal nos hacen volver el rostro hacia nuestros progenitores, comprendiéndoles mucho mejor y con un profundo sentimiento de agradecimiento. No es casualidad que honrar a los padres sea un mandamiento de la Ley de Dios y una máxima de conducta en todas las civilizaciones del mundo.
La familia es la célula vital de la sociedad y quien sabe escuchar a la familia no se equivoca. El pasado sábado decenas de miles de valencianos, acudieron a manifestarse en defensa de la familia en Madrid de forma multitudinaria junto con otros miles de españoles que pudieran superar al millón de manifestantes. Aunque en democracia el número sí que importa, no deseo entrar en “guerras de cifras” que sólo sirven para levantar la sonrisa de los que estuvieron allí, al contemplar sorprendidos y divertidos los malabarismos de algunos por descontar personas y reducir el número de manifestantes y que sólo han conseguido reducir la poca credibilidad que les va quedando ya.
El Foro de la Familia y las demás entidades sociales que convocaron la manifestación han cosechado un rotundo éxito por el que merecen ser felicitados públicamente.
Bien claro indicaron desde el primer día que dicha manifestación no iba contra nadie, contra ningún colectivo, ni contra ningún partido sino que era “por la familia”, para que sean respetadas sus señas de identidad y no se pierda el sentido común.
Esta gran manifestación ha nacido de la sociedad, de los laicos, y ha contado con la adhesión de más de mil ONGs de todo el mundo. Es un ejemplo del despertar responsable en una sociedad democrática. Sin incidente alguno, con respeto y con las ideas claras