Las leyes de eutanasia –o las propuestas de legalizarla– incluyen cláusulas para asegurar que se efectúe solo en casos estrictamente definidos.
La experiencia muestra que cuando se admite la eutanasia, en la práctica se escapa de todo control. Así lo expuso el Dr. Gonzalo Herranz, del Departamento de Humanidades Biomédicas de la Universidad de Navarra, en el XXVI Simposio Internacional de Teología (6-8 abril 2005), organizado por la misma universidad y dedicado a la encíclica ‘Evangelium vitae’ de Juan Pablo II.
‘Si un médico –dijo el Dr. Herranz– sucumbe a la idea de que es correcto profesional y éticamente poner fin a la vida de uno de sus enfermos, no podrá dejar ya de ofrecer ese ‘remedio’ por el resto de su vida. Más aún: encontrará cada vez más razones para hacerlo, y cada vez más anticipadamente, e incluso con más compasión y también con mayor celo. La eutanasia se incorpora como un recurso más a la medicina paliativa, y poco a poco va ganándole terreno, la sustituye’. El proceso se verifica en cuatro fases.
De la excepción a la regla
En la primera, el médico solo admite la eutanasia en casos excepcionales, una vez agotados todos los recursos terapéuticos y paliativos. Pero tras aplicarla en situaciones extremas, entra en una fase de habituación. En esta, la proliferación de casos notorios, la absolución de colegas sospechosos de aplicar la eutanasia fuera de las condiciones estipuladas, el ejemplo de otros médicos respetados que la practican… va despojando a la eutanasia de su nota de excepcionalidad. Comienza a parecer una solución indolora y económica para el paciente, que tiene derecho a solicitarla, así como una salida razonable para familiares y médicos, que se ahorran tiempo y molestias. Y para el sistema sanitario, resulta ser una intervención de buen cociente costo/eficacia.
Así se pasa a la tercera fase, en que el médico, animado por ideales de compasión y eficiencia, concluye que puede decidir la eutanasia para los pacientes incapaces de expresar su voluntad, persuadido de que pedirían la muerte si pudieran. Finalmente (cuarta fase), el médico se arroga el mismo poder también con respecto a los enfermos con deseo, tácito o expreso, de seguir viviendo: se convence de que es irracional e injusto mantener una vida sin calidad, improductiva y dolorosa. Pues ‘para quien haya aceptado sinceramente la eutanasia voluntaria, la eutanasia no voluntaria se convierte, por razones de coherencia moral, en una obligación indeclinable’.
‘Esa es la experiencia de muchos médicos holandeses y belgas. No son psicópatas asesinos: son simplemente médicos a los que sus virtudes profesionales les van arrastrando, paradójicamente, a una decadencia ética, lentamente progresiva, pero inexorable’. Así se comprueba en Holanda, donde la eutanasia, admitida para situaciones de excepción, se extiende continuamente. Las propias autoridades reconocen que no se respeta la ley, pues menos de la mitad de los casos se comunican, contra lo que está mandado. Las encuestas de la Fiscalía General revelan que en el 40%