Dejar de lado la moral cristiana tiene implicaciones demográficas muy serias, según el profesor Velarde, economista y académico de Ciencias Morales y PolíticasUna de las cifras alarmantes de la demografía española es la referente al envejecimiento progresivo de nuestra población. La causa es la caída de la natalidad, cuyas tasas nos sitúan, en 2004, en 1’32 niños nacidos de mujeres en edad fértil, o sea, de los 15 a los 49 años. Sólo con 2’1 niños por mujer en edad fértil se repone la población de un país. El promedio de la OCDE es de 1’62, y en sus 30 miembros, de mayor a menor fertilidad, España ocupa el puesto 23. Como consecuencia, en el año 2050, la relación de los inactivos por vejez, respecto al total de la fuerza de trabajo, que en el año 2000 era del 38’2%, pasará al 90’5%. Dentro de esos 30 países de la OCDE, sólo ofrecerá ese año un porcentaje mayor de viejos, respecto al total de la fuerza de trabajo, Italia, con el 92’8%.
Todo esto tiene complementos morales muy altos. Por un lado, la caída de la fertilidad se debe, en parte nada despreciable, al incremento de los abortos. Convertir algo reprobable en método propiciado por la política tiene consecuencias lamentables. De acuerdo con lo que señaló recientemente el Premio Nobel de Economía Douglas Cecil North a Capital, ¡cuántos Mozart se han perdido!, y también ¡cuántos Einstein, cuántos Maxwell, cuántos Ochoa! El coste material, aparte del moral, es tremendo. Robin Barlew señala, en el artículo Declining population, en el diccionario de economía The New Palgrave, que también así dejarán de nacer grandes criminales como Jack el Destripador, Landru, o Stalin. Se trata de un sofisma. Una sociedad -nacional o internacional- bien organizada liquida el papel de los criminales, sin daño colectivo, pero el beneficio material o espiritual de los Marconi o los Velázquez se esfuma de modo implacable.
A esto deben añadirse unos datos ofrecidos por el profesor Schwartz, en Expansión, en su artículo Madres solteras . En España, la natalidad marchaba en su evolución muy unida a la nupcialidad. Era escaso el número de niños ajenos a los matrimonios. Pues bien, esto ha cambiado radicalmente de 1975 para acá. Ese año, el porcentaje de los nacidos de madre no casada era el 2’03%; en 2005, el porcentaje ha saltado al 26’57%. Y, en algunas Autonomías, los porcentajes son aún más altos: en Canarias, el 46’60%; en Baleares, el 34’87%; en Cataluña, el 29’75%; y en la Comunidad de Madrid, el 27’39%. Esas familias monoparentales exigen un gasto público muy serio, porque, por su propia estructura, son incapaces de atender bien a sus niños. Un estudio econométrico efectuado en la Facultad de Ciencias Económicas de la Complutense, concluía que los resultados académicos de estos niños estaban por debajo de los demás. Otro castigo a la consideración de que la familia tradicional debe considerarse que no tiene ventajas respecto a las de este tipo. Por definición, las de homosexuales no fomentan la natalidad.
El fantasma de la eutanasia nace de los tremendos índices de envejecimiento; el de un infradesarrollo, de la abundancia de familias monoparentales. Los economistas tenemos, por obligación, que consultar los trabajos de otro Premio Nobel de esta ciencia, Gary S. Becker, cuando nos muestra ventajas derivadas precisamente de la familia tradicional. Y por lo que se refiere a la propia existencia de España, ¿es que el abandono de actitudes derivadas de la moral cristiana no tiene consecuencias? Todo esto no son informaciones que no exijan que reaccione una sociedad.
Juan Velarde Fuertes

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